Hoy tengo que agradecer muy especialmente la aportación de una seguidora de Música para criaturas despiertas que, tras asistir a un espectáculo de La Chica Charcos, me la recomendó muy especialmente.

Ese niño que todos llevamos dentro se llena de alegría al conocer este creativo y novedoso trabajo. Y es que… no es para menos! No sólo su música, sino la concepción artística de sus producciones, es de lo más original y personal. Pero prefiero empezar por el principio.
La artista manchega Patricia Charcos Bueno, nombre real de «La Chica…» (¡Compartimos el segundo apellido! ¿Seremos primas lejanas?), explica en su web que «primero quiso ser mayor y después peluquera». Más tarde se convirtió en actriz, clown y hoy es, dicho de manera simple, creadora. Vemos entonces cómo su carrera artística inició en la interpretación escénica y progresivamente incorporó la música como un lenguaje artístico más dentro del conjunto de lenguajes con los que trabaja. Esta explicación viene al caso porque creo que su trabajo tiene que ser visto y apreciado como lo que es. Un espectáculo en el que la música, el movimiento, lo teatral y un poco de humor, se integran lúdicamente validando el uso natural de la voz y la interpretación musical dando por resultado cierta rusticidad e imperfección técnica. A esto hay que agregar el gran trabajo de ingeniería sonora evidente en cada canción, que les proporciona ese aire retro y radiofónico.
Actualmente es muy común sentir hablar con ligereza de la interdisciplinariedad (que tal o cual espectáculo es un producto «interdisciplinario»…). Quizás hay cierta intencionalidad de que se venda más o mejor, que sea más subvencionable o, sencillamente atractivo. Es como si el término estuviera de moda… puede ser. Sin embargo creo que vale la pena hacer un matiz. Interdisciplinar, multidisciplinar o integral, no son sinónimos. La complementariedad o el nivel de integración de los elementos juegan un papel fundamental en estos tres conceptos y, lo que creo más fundamental, la capacidad de los mismos artistas en dominar los diferentes lenguajes.
Espero no equivocarme en mi visión sobre el trabajo de La Chica Charcos and The Katiuskas Band pero, me arriesgo a decir (y creo que sintoniza bastante con la definición que hace Patricia de sí misma) que sus productos artísticos son productos integrales. Son concebidos a partir de una necesidad de comunicación, la necesidad de decir algo que se transmite por todos los medios artísticos más eficaces en cada caso. Los distintos lenguajes artísticos (poesía, clown, circo, teatro música…) se fusionan en una obra orgánica y equilibrada.
Tanto en lo visual como en lo musical, encontramos referentes estéticos explícitos de otras épocas, de la cultura pop, el cine, la fotografía… Las letras de las canciones son ingeniosas y apelan a una audiencia activa y atenta. Canciones libres formal y temáticamente en las que surgen temas que provocan (No quiero ser princesa) y a la vez reflejan las vivencias de los chicos y los padres de hoy. Los que ya rondamos los 40 encontraremos muchas referencias a personajes televisivos (Equipo A, Mecano, Mary Poppins, Los Goonies, Mcgiver, Michael Knight con su coche fantástico, Supergirl, Marilyn Monroe…), sonoridades estilo Emerson Lake & Palmer, colores filtrados, indumentaria retro e imágenes arrancadas de nuestra infancia.
También surgen temas más existenciales como Sube aquí (la imaginación), Mi camino o Salta la vida. Entre las canciones más narrativas con historias pintorescas y surrealistas destacan Un elefante en mi lavadora, La mosca difunta, Agapito…
La Chica Charcos canta y algunas veces se acompaña con un ukelele. Junto a The Katiuskas Band logran esa atmósfera sonora tan particular. Piano, guitarras, bajo, coros, batería, vientos y diversas percusiones. A diferencia de otros artistas del sector de la música familiar que incursionan en diferentes estilos musicales proporcionando así gran variedad a su producción, en este caso, la variedad se consigue mediante el uso creativo de los instrumentos, las letras, las citas permanentes a músicas internacionalmente conocidas pero todo moviéndose mayormente en el ámbito pop. El menos popero de todos los temas es quizás Menú Kaníbal en el que, con acento andaluz y ambiente de tablao flamenco, nos introducimos en un tema altamente culinario.
Hasta el momento han publicado 2 libro-discos que surgen de sus espectáculos.
Un elefante en mi lavadora, 2016: surgido del espectáculo homólogo, un espectáculo construido a partir de historias verosímilmente inverosímiles, en el que se integran música, poesía, historias y humor.
Mi Isla, 2018: es el segundo disco de la compañía. En él se recogen historias cantadas. Historias muy imaginativas que parecen recuperadas del imaginario de María Elena Walsh, con monos que hablan japonés, naranjos de los que nacen balones, y vuelos con orejas como alas.
Les recomiendo muy especialmente la incursión por su canal de Youtube en el que veréis muchas más de sus propuestas con o sin música. A disfrutarlos!